un pedacito de cielo para ver...

De algún lado el consiguió su dirección de correo, su número de teléfono y decididamente se metió en su vida.  Sin pensar que Iván era irremplazable el lo desplazó.  Obviamente le costó sangre, sudor y lágrimas pero lo hizo, por esto se volvió aún más especial para ella.

Pasaron ya 4 meses y 13 días de aquella noche.  La intensidad con que ella vivió cada minuto, la adoración que tenía para con él, había dejado a Iván como una imagen del pasado muy lejana a reaparecer.  Pero por alguna razón, las cosas no se daban completamente.  Vivían los dos con la incertidumbre a flor de piel, una pila de indecisiones y un destello de orgullo bloqueante en cada encuentro.  Cada vez que ella se propuso olvidar, encontró un pedazo de cielo azul para mirar y recordar aquel 2 de agosto helado o aquel 9 de agosto en al asiento trasero donde no podía mantenerse despierta, las tímidas caricias en la oreja.  El beso en la mano con la ternura brillando en los ojos del 11 de septiembre en el parque lleno de gente, que hasta hoy es su mejor imagen.  Las llamadas por teléfono que duraban como mínimo 1 hora 11 minutos.  Esos nervios que se alteraban cada vez que se acercaba el momento de verlo, las famosas mariposas en la panza, los temblores imposibles de disimular en su presencia.  Las ganas de verlo.  Todas estas imágenes se proyectaron en el cielo azul de la madrugada de ese 13 de diciembre y fueron cortadas por el paso de una estrella fugaz, la noche en que decidió olvidar y descubrió que no podía porque no quería.