Nunca va a olvidar que era 2 de Agosto, el reencuentro con los amigos que había dejado de ver hacía poco menos de dos semanas que parecieron una eternidad, esos amigos que habían socializado con otro grupo de la misma ciudad con quienes jamás imaginaron cruzarse, ella, mucho menos. Tampoco notó que con algunos se había cruzado antes.
Esa tarde cuando volvía a casa para bañarse y salir a ver a su gente, no pensaba en nada más que eso, el reencuentro que desesperadamente deseó desde el 20 de Julio. Encuentros era lo que menos esperaba.
Ninguna noche había sido tan fría en sus recuerdos, casi no sentía sus pies helados. El reencuentro fue tan emocionante o más de lo que esperaba, volvió a ver las caras que esperaba con desesperación pero todo este alboroto en sus nervios igualmente no alteró su cordura y al presentarse el cambio de planes decidió no seguirlos. Iba a volver a casa a dormir calentita con la emoción y la alegría de haber visto a su gente y de tenerla cerca otra vez. Hasta hoy no se explica por qué decidió quedarse con ese grupo de personas totalmente desconocidas hasta hoy a dar vueltas por la noche helada y silenciosa de la ciudad.
Cerrada e inaccesible como siempre, la noche no parecía cobrar importancia en ningún momento. Entre los desconocidos que la acompañaban reconoció un rostro que no conocía aunque lo había visto más de una vez en el último mes. Al parecer él le dio más importancia que ella al asunto. Lógicamente se sentía incómoda entre tantos hombres desconocidos que igualmente eran agradables, contando también con la insistencia inexplicable en comentar sobre una vecina que al parecer tenía muchas cosas en común con ella.
Con el pasar de las horas se permitió observar a cada uno, no había de qué preocuparse, eran un buen grupo de amigos que daban vueltas por la ciudad, pero el conocido desconocido tenía algo simpático que ella percibía pero no identificaba. Pararon a comer algo y en esos minutos los comentarios sobre la famosa vecina se hicieron más insistentes, un par de indirectas tajantes e intimidantes. Después fueron a mirar el río, un chupetín de regalo parecía comenzar a cortar el hielo. En la noche más helada que había vivido fuera de casa, con el río de frente y las luces del boliche al que todos fueron pero ellos decidieron no ir, ya no tenía sueño pero los huesos se helaban más aún con el viento húmedo del Paraná.
Decidió que era hora de volver a casa. Mientras esperaban, encerrados del frío en el auto los seis desconocidos, el semidesconocido intentó cruzar con ella palabras más extensas que una sílaba. Rotunda decepción se llevó porque ella no da conversación a extraños, era mucho mérito el haberle prestado su música.
Inesperadamente una mirada del otro lado del parabrisas buscó la suya, era una mirada más que conocida y reconocida, más que interpretada y más que adorada en su momento, Iván; su mirada era una mezcla de incertidumbre, consternación y nostalgia, la de ella era desesperación y dolor, las heridas dolían aún con el frío.
En un estado de inconciencia consciente se quedó mirando el vidrio detrás del cual el ya no estaba, había seguido de largo y doblado la esquina, pero su mirada quedó en el cristal. En el asiento trasero sonó el celular, era hora de ir a casa, un “chau” apurado y sin sentido, subió a su auto y se fue a dormir. El 2 de agosto fue una noche más, a excepción de que el semidesconocido ahora conocido tenía nombre.
